sábado, 26 de diciembre de 2009

25

Volvíamos a casa después de Navidad. No era común para ninguno ver empapados los cristales del bao que ofrecía el gélido diciembre, ni el sol que dañaba los ojos reflejándose en la fría nieve.
Conseguí descansar la vista por un momento cuando se calmó la luz. Desde la ventana ya no se veía la claridad del hielo, y podríamos contemplar el paisaje de colores que indicaba que volvíamos a casa. Ahora, y no sé por qué, tenía en la cabeza el politono del móvil, y creí que sonaba. Y una vez más me equivocaba.
Será porque echo de menos cuando me llamabas en cuanto daban las doce de aquel 25, y aún no nos importaba nada más que los días que éramos inseparables. Entonces era fácil felicitarnos las Navidades sin miedo, y no temíamos en decirnos que nos queríamos.
Y ahora qué, eh. Ya nadie me llama a esas horas para felicitarme las fiestas.

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas