domingo, 3 de octubre de 2010

eres el infinito, por que puedo conocer cada parte de tu vida sin estar a 1 milímetro de ti


Después de haberte regalado mi caja de los tesoros, las cartas que nunca te enviaba, la púa y un trozo de playa, un concierto, una canción y hasta mi vida entera en porciones como los quesitos, yo creía que te quedarías conmigo hasta que pasara la tormenta. Pero pasó demasiado rápido. Un verano demasiado corto, que se apoderó del otoño en menos que cantó un gallo. Pero bueno, me quedé con disfrutarte desde lejos, como siempre, oírte a 800 km, aunque ahora era todo distinto, desde que conocí a fondo tu vida y me enamoré de cada detalle, tenerte lejos se me hacía más fácil, y cuando te escuchaba y sabía que todo lo que mirabas te cuidaba tan bien, yo sonreía de saber que era lo que te tendría tan viva. Y no hacía falta que me dijeras nada.
Las tormentas de verano sólo se tienen una vez en la vida. Que vengan, te sacuda y te saquen todo el veneno que llevas dentro. Un veneno bueno, que ella sabía administrar. Locura. Locura y más que eso. Había alcanzado el límite de cordura y lo superaba cada día, cuando aún podíamos mirarnos a los ojos y abrazarnos.
Yo aprendí mucho durante esa tormenta. A saborear la vida rápida y ligeramente. Todo en su justa medida. Sorbo a sorbo. Y lo que pasara, había pasado, y lo que no, tendría que pasar. A saber exactamente cuál es el sitio que me devolvía la vida de vez en cuando, a llorar si hacia falta, y a mentirme si ella no estaba. A escribir canciones tristes y a enganchar todo lo que llevábamos dentro en el puente del parque más bonito del mundo. A escribir nuestro verano, que aún parece eterno. Y que me duele cada vez que lo recuerdo. Porque me acordaré de cuando se quedaba dormida viendo películas toda la vida. O de cuando lloramos aquella noche viendo nuestros regalos. Disfruté su verano, como si hubiera sido el último. Lo juro.

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas