domingo, 14 de junio de 2009

La parada de la linea 32.


Cantando canciones de los Kooks, esperaba en la parada de aquel autobús que siempre llegaba con tres minutos de retraso. La linea 32.
Lo llamaba ochenta veces con voz melancólica, para sí. Pero nadie le respondía. Estaba sola en la estación, aunque con la presencia de un perro callejero que parecía estar escuchando el tarareo de las canciones que recitaba, y moviendo la cola se paseaba de un lado al otro.
Pero ella no se percató de quién había allí, pues mientras, pensaba en lo que haría cuando todo acabara. Tendría tiempo para ordenar su habitación, incluso para reorganizar los discos viejos que guardaba en la estantería de la derecha. También podría hacer mil fotos a las personas solitarias, (que son las que más secretos guardan y más transmiten en los retratos) o a las nubes, que siempre nos dan a entender que no existe el final del las cosas. Podría aprender a hacer tortitas, que siempre se le rompían en la sartén. Pero creo, que sin duda lo que más le hacía
falta era dejar de pensar. Y quizá eso fuera contradictorio, pensar en no pensar.
El tiempo libre quizá podría servir para estar más ocupada. Y sí, eso también es contradictorio. Lo sé.
Acababa de sonar la campana que anunciaba la llegada del autobús a la parada cuando tarareó por última vez aquella frase: "Paper dreams, honey".
Cojió su guitarra y se apresuró a entrar.
Serían las cinco de la tarde. Y hacía mucho calor.

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas