jueves, 6 de agosto de 2009

Sin remitente y sin remite.

Bajé de aquel bus que olía a Madrid en verano, mientras me despedía de alguien con quien hablaba por teléfono, ya no me acuerdo quién era la verdad. Fue entonces cuando tropecé y de un salto llegué a pisar la acera. Me reí de haber hecho un poco el ridículo aunque solo había dos personas en aquella parada y me miré las zapatillas, que se habían llenado de tierra. En ese momento arrastré la mirada un poco más allá de mis pies y ví aquella carta. Ya sabes que soy muy curiosa, así que la cogí, y sin tardar nada. Se trataba de una carta que parecía haber recorrido el mundo. Estaba mugrienta, sellada por el asfalto. Quise saber quién la mandaba o quién la iba a recibir, o la recibió, pero no tenía remitente ni remite. Eso me disgustó un poco, porque siempre me he interesado por la vida de las personas que pasan desapercibidas en el mundo, a veces se le llama ser cotilla, lo sé.
Después de leerla me subió un cosquilleo por el estómago, y pensé en todo lo que pienso cuando pienso. Me vino a la cabeza las historias bonitas, y las canciones que me hacen que sea yo. Ojalá me escribieran algo así. Me gustaría enseñartela algún día, para que sientas todo lo que sentí yo. Las coicidencias son amigas mías estos días.
¿Y tú qué tal? ¿Cómo va todo por ahí? No me preguntes cualquier cosa. Te echo de menos a morir.
Sabrás de mi muy pronto, las calles de Madrid están deseando que vuelva a casa, me lo grita el susurro del viento cuando mueve las hojas en la carretera.

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas