sábado, 30 de enero de 2010

Su vespa amarilla

-Quiero ser cartera- repitió con frenesí y un par de palomitas en la boca, que masticaba rápidamente y enseguida ingirió, mientras volvía a engullir otras tantas- Quiero ser cartera y repartir sueños.
- ¿Qué dices Lola? Sabes que eso no da dinero, lo sabes perfectamente. Es un maldito curro de ocho a tres de la tarde, nadie nace queriendo ser cartera. -le contestó una voz pegada a ella.
- No es por el dinero, por dios Álvaro. Yo nací para eso, quiero ser cartera. No lo vas a entender nunca ¿verdad?... -Ahora frunció el ceño y dirigió la vista hacia la dirección opuesta- Creía que algún día me apoyarías. Aunque fuera sólo por verme feliz.
-Venga, no seas tonta. Yo siempre estoy contigo, siempre. Y no voy a apartarme de ti por que tu sueño sea ser cartera. -Dijo tiernamente dirigiéndose hacia sí la mirada de la pequeña Lola.- pero reconozco que cuando mi chica me dice que quiere ser repartidora de cartas sólo para conducir una vespa amarilla te imagino perdiendo la mitad de tu vida en algo tan absurdo.- Lola volvió a fruncir su inevitable ceño y él aprovechó para besar sus pequeños labios rojos- Aún así te quiero, como desde el primer día, y moriría por pasarme la vida aquí, los dos, bajo la misma manta, y a base de palomitas.
Ella buscó su mano por debajo de la manta, la apretó fuerte y no dudó el devolverle aquel beso. A cosas bonitas no le ganaba nadie. A lo mejor se equivocaba. A lo mejor no debería sacrificar tanto para ser lo que deseaba desde pequeña.
- ¿Sabes? -dijo después de un rato mirándole fijamente mientras masticaba tres palomitas.- tienes razón, soy una idiota, debo buscar otro motivo por el que ser feliz. Ser cartera siempre fue la cosa más absurda del mundo.
- Lola, no. Ese es tu sueño y yo te ayudaré a cumplirlo. Haré todo lo posible por que consigas esa vespa. Podría ser nuestro regalo de bodas... - Esta vez la chica sonrió. Sonrió y le besó aún más ansiosamente.
Los susurros de la noche ya no se confundían con los de los dos chicos, que habían llegado tan lejos que la tenue luz de la habitación, solo iluminada por una televisión, daba paso a la mañana y ellos dos se abrazaban aún más fuerte, y aún más rápido se cruzaban entre las sombras.

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas