lunes, 15 de febrero de 2010

mil febreros

Pisoteaba una colilla con la zapatilla izquierda, y mientras apuraba en último suspiro, se deshacía en cenizas. Se subió la cremallera del abrigo y aguantó unos segundos sin respirar. Luego expulsó todo el aire contenido mientras miraba la hora del reloj que se extendía a mitad de la calle, justo detrás de la parada del bús, donde se recogía en pedazos con las dos manos, y se acurrucaba a sí mismo en ese pequeño banco vacío de la calle Vergara. Esperaba su línea, y sin respuesta. Serían las diez de la noche cuando le vi bajar la calle y sentarse en aquella estación semi nueva. Ahora le observaba, frente a la cabina de teléfonos, y le oía canturrear de frío. Me fue tan famliar que yo diría que le había visto mil veces. Yo también debía coger el mismo autobús nocturno, así que me acerqué a su lado y me senté en la orilla más alejada que existía. Pero me era imposible e impenetrable su mirada. Me recorría una y mil veces la espalda, el cuello y hasta los ojos. Me llegaba tan dentro que sentía más frío que los menos dos grados de aquel 14 de febrero. Que ya sería 15 dentro de escasas horas.
Me fue difícil aguantar el peso de sus tenues ojos marrones dilatarse tras mi pupila. Pero aguanté. Aguanté como cuando intentas no caerte por un precipicio y sin arnés.
Me anestesiaba poco a poco y no conseguía recordar. Era tan frágil que podía haberme roto en mil pedazos y haber hecho de mí un saco de azúcar. Volvía a la vida de vez en cuando y me venían bocanadas de aire de verano. Por un momento le vi silbando en mi portal, llevándome la mochila al salir de clase, o haciéndonos la maleta para escaparnos a algún rincón del mundo. Le vi dejando un ramo de flores en mi buzón y recorriéndose mi habitación. Me vi suspirando, acurrucada en su pecho. Me vi con su perfume una mañana de otoño.
Le vi y me vinieron tantas fotografías a la mente, que tuve que decirle algo cuando llegó el bús. Sinceramente, a los dos nos había comido la lengua el gato. Suspirábamos y nos rendíamos a nosotros sin apartar nuestros alientos.
- ¿Tienes hora?
A veces se dicen las cosas más odiosas y que nunca te esperas en el momento más preciso.

1 comentario:

  1. ¿Ves?, Joder sabes escribir cosas que no sean tristonas y melancolicas, Y ademas lo haces bien.
    Yo iba a escribir sobre algo parecido, con el titulo de malasaña =)

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas