domingo, 25 de abril de 2010

Cuando volvimos a casa nos habíamos dejado el verano entero allí. Tan lejos, que era imposible distinguir el olor a amapolas, o cualquier situación que se había enredado en algún rincón de aquel lugar, de nuestro mundo aparte. Era imposible, buscábamos un hueco que nos llevara de vuelta. No puede ser, en la ciudad vuelve a llover, y nosotros, de brazos cruzados, descalzos, nos apoyamos en la ventana, fría, como el humo que quedaba vacío en el corazón de nuestro verano.

Allí todo era más fácil. Nos gustaba desperezarnos en el jardín, cuando acababa de asomarse el sol y podíamos dibujarnos sonrisas. Regar las margaritas llenas de vida era como refrescarse el alma, mientras inhalábamos en aire puro que nos ofrecía el cielo color turquesa. Y era fácil rendirse al encanto de la extensa alfombra de colores, verdes y amarillos, morados de lavanda, azules. Era tan fácil dormir sobre ellos, que moríamos cada tarde, noche o mañana por estar ahí, y dejar nuestra silueta marcada en la hierba mojada por el rocío que se deshacía sobre nuestros cuerpos.

Ahora llueve ahí fuera y todo me recuerda a las gotas que nos empañaban las mejillas cada mañana, y a nuestros ojos empapados en lágrimas cuando nos derretíamos en sonrisas. Lo tuvimos tan cerca, que era imposible olvidarlo. Todo valía la pena, allí todo se sentía. Ya reconocíamos hasta el sonido de la inquietud de los árboles, cuando soplaba fuerte el viento, e imitábamos su vaivén con los brazos abiertos.

Si sales a la calle, y te explota el invierno en la cara, tus labios se cortan, y piden a gritos nuestro verano. Piden a gritos el agua del río, y el olor a azahar. Hasta piden sin frenos el sabor a albaricoque recién cogido, y a fresas.

Prometimos no estar tristes, prometimos aguantar otro invierno más lejos de allí. Pero era tan difícil olvidar tanto. Olvidar una vida llena de segundos mágicos, cerca de lo único que nos hacía felices, lejos del progreso que supone la ciudad, donde todo muere en sombras, y no se distingue el verde, ni el amarillo, ni siquiera el azul del cielo. Que no existe.

Tú también prometiste que volveríamos. No busques más excusas. No soy la única que lo echa de menos. Lo sé. Te he visto como miras frustrado los malditos días grises; y te deshaces.

Me acuerdo cuando decías que todo tiene una consecuencia, y que se recoge lo que se siembra. Y nosotros, como amantes del verano, del verde y del infinito azul, habíamos sembrado millones de flores, que simbolizaban mucho más que eso. Habíamos plantado felicidad, que recogeríamos algún día. Todo ese amor se nos devolvería pronto. Tú y yo lo sabemos. Que volveríamos pronto.

Yo ya hice la maleta, aunque queden meses. Siempre estoy preparada para volver. Porque no es necesario nada; ni zapatos, ni vestidos, ni calcetines. Sólo nos necesitábamos tú y yo, y la señora naturaleza, nuestro maravilloso mundo asturiano.

2 comentarios:

  1. Lili es imposible que no se me escape alguna lágrima leyéndote. Tienes una capacidad para emocionarme que ninguna otra persona tiene... Te echo de menos y ojalá este verano también sea un poquito nuestro. Guede, te quiere.

    ResponderEliminar
  2. ERES GIGANTE,GRACIAS.

    ResponderEliminar

granitos de arena que se cuelan entre las sábanas