jueves, 15 de abril de 2010

Respiras, y el aire caliente impregnado de arena de mar te empuja los pulmones; y el vaivén de sus susurros te mantiene despierta. Cuando miras hacia el sol todo es más fácil. Se te nubla la vista y el azul del cielo se hace aún más verde. Los colores del mar parpadean y te incitan a volver y quedarte para siempre. Aún así es tan difícil distinguirte, eres tan difícil. No quedan ni sueños, ni recovecos vacíos de ilusiones en tu cabeza; todo se lo ha llevado el maldito olor a sal. Me duele pensar que te esparces cada vez que miramos al sol, y dibujas con tus enormes ojos verdes la expresión que odio que dibujes, odio que te creas que no eres para el mundo. Dios, y me convences de que en esta vida todo es efímero y se desvanece aún más rápido que las olas que solíamos cruzar. Y que existe el karma. Cada vez estoy más segura de eso, de que las cosas que van vuelven algún día, y que sin duda, todas las flores que plantamos florecerán tan pronto como volvamos a casa.

Se hace el silencio y de fondo se oyen las cometas entreabriendo el aire y cortándolo en pedacitos. Los rayos de sol también parecen oírse. Y los granos de arena que se funden en nuestras venas. Tú sigues en silencio todavía. Yo no puedo soportarlo más, no puedo. Puedo esperar que después de haber fallado a tu propia vida ahora las cosas se dibujen de manera pesimista, pero mi pequeña e insignificante cabeza me obliga a mantenerte fuera del alcance de creer que se han roto todas nuestras ilusiones, y las ganas de seguir con nuestro verano eterno, porque sigue siendo mi único objetivo en la vida, que seas feliz y que siempre pueda decirte que me encanta que lo seas. Por eso cuando se te ensangrentaron de lágrimas los ojos color turquesa y vi el peor sentimiento del mundo caer sobre tus mejillas tuve que cerrar los ojos. Cerrar los ojos y aguantar la respiración durante ocho segundos (que son exactamente los que tardábamos en encontrar una respuesta a cualquier problema siempre que la necesitábamos). Ocho segundos que se hicieron eternos mientras oía las pequeñas gotitas de agua de mar que caían desde tus pestañas. Te juro que vi nuestra vida en mil fotogramas de esos que llevan los márgenes en negro. Nos vi juntas desde que sabía qué estaba haciendo con mi vida. Desde que te conocí y aprendí a conocerte, y saber que las cosas bonitas no son solo los pocos días que se abstienen de ser tristes. Que son todos los días. Que somos tú y yo en verano. Que el verano es eterno si somos tú y yo.

Te pido que dejes llorar, y que me mires, aunque ya sabes que no fui muy buena expresándome, y menos si es para decir algo bonito. Yo soy más de escribir ocho mil páginas, pero no de hablar. Te pido que me mires, y sonrío. Prometo que puse la cara más bonita y feliz que no había podido dibujar nunca. Te dibujé la sonrisa más grande, y tú viste a través de mis pupilas que se trataba de nuestra felicidad, la que no muchos tenían. Se trataba del tiempo que nos quedaba, y de lo mágicas que éramos y seríamos siempre cuando queríamos ser las más bohemias.

Entonces te levanté de un salto. La arena chillaba de alegría por vernos saltar entre sus risas, se esparcía para dejarnos pasar. Todo se hacía más fácil. Estabas tan guapa con tus cabellos más negros y ondulados que nunca, y tus ojos hacían juego con el mar. Te reías y me contagiabas la risa entre dientes. Verte feliz y hacerte estar así era tan tierno, tan lindo, tan tú, que no podía dejar de mirarte, y salpicarte con el agua en la cara, para seguir oyéndote decir mi nombre con mayúsculas y volver a ver tus mejillas coloradas secas de todo el mar que había pasado entre ellas. Volvía a ser feliz después de aquella tormenta, y mi cámara no volvió a quejarse porque no volvieron a aparecer los mares bajo tus párpados, ni tu aliento sofocado de tristeza, ni tu pelo escurridizo entre tus dedos. Ahora eras tú, eras aún más que tú, eras mucho más. Eras lo que siempre quisiste ser, la más fuerte, la persona más fuerte y alegre que conocí nunca.

Tú eras mi verano, ¿qué querías que hiciera? La vida sin verano no era nada sin ti. Tuve que esperar a que todo pasara para poder volver a verte. Pero siempre estuve ahí, contigo. Hasta que un día nos entendiste a todos. Que valías más que cualquier historia. Tú que siempre quisiste ser la que todos querían. Y la que eres para mí.

2 comentarios:

  1. Me han dicho por ahí que conoces a una "plasenciana" de por aquí :)
    ahora te agrego con más gusto!

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  2. Me has hecho temblar de la forma más bonita del mundo,que lo sepas :)

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas