lunes, 24 de octubre de 2011

me moriré de ganas de decirte..

¿Cómo no pude darme cuenta de que estabas tan sumamente cerca? Ahí, en un autobús, debajo de un paraguas, escondiéndote detrás de las bandejas del desayuno, sonriendo cuando hacía tanto frío. Y sin quererlo estabas conmigo, sin saber que después de dos años íbamos a querernos de esta manera. Así, tan fuerte que me revientas los huesos, que me saltas las lágrimas, que me rechinan los dientes, que me arde la piel. Todo esto quedaba al margen de mi vida. De las aventuras que escribía sobre esa chica que se enamoraba de todo. Hasta del aire. Porque no conocía lo que era que alguien la abrazase de esa manera. Pero sí señores, esto es una historia de verdad. Es el primer capítulo de una gran historia (que en realidad empezó hace mucho tiempo). La historia que nunca me atreví a escribir por miedo a que nunca pasara. A que pasaran los días y no te encontrase. A que no me llamaras un siete de agosto a las tantas de la mañana (y que yo no supiese quién eras). A que no nos tomáramos ese café. Ni esa tortilla en la playa. Ni ese capuccino frío. Ni ese asado de cordero. Tenía miedo sin saber a qué. Sin saber que volverías. A no poderte decir todas esas cosas en una biblioteca. A escucharte cuando se te saltan las lágrimas. A no ver tu botella de agua vacía en el asiento del copiloto todas las mañanas cuando cojo el coche. A no escuchar esa canción y que sea tan tuya. A no darte los buenos días ( y las buenas noches). Y ahora estás aquí. Conmigo. Y no sé cómo decirte tantas cosas. No sé cómo ha pasado un mes y parece que hayan sido años.
Sólo sé que si esto hubiera acabado un verano de 2009 ahora no sería ni la mitad de lo que soy ahora.
Y me quedo con aquello de que nosotros teníamos algo que no tenían los demás. Y eso es nuestro.

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granitos de arena que se cuelan entre las sábanas